Feliz Halloween


En un pequeño lugar cuyas calles estaban tapizadas de hojas de tonalidades otoñales, en una noche amenazante de lluvia; abarrotaban las vías principales niños equipados con sus bolsas de chucherías, a cual más extravagante, con las caras manchadas de azúcar, restos de maquillaje e ilusión. Jóvenes y no tan jóvenes lucían sus más tenebrosas galas para celebrar una festividad, originaria de los mágicos y misteriosos celtas, que por su esencia era cada vez más popular. Aunque, claro está, siempre quedaba algún vecino conservador, la villa se vestía de tinieblas para celebrar este 31 de octubre.
En la calma nocturna y el frenesí del truco o trato, andaban tres figuras peculiares que, por una razón que ni alcanzo a atisbar, suelen llamar la atención de más de uno.
Una vampiresa, tan espeluznante y maravillosamente caracterizada que parecía patrocinada por tomates Orlando de tanta sangre artificial que lucía, a lo cual podemos sumarle un traje, cuanto menos, currado, una cara extremadamente pálida, un recogido en forma de torbellino que desafiaba la ley de la gravedad y una mirada de amenaza cuyo efecto no sé si era debido a las lentillas escarlata o a su portadora; una novia cadáver, que exhibía un vestido que envidiaría cualquier contrayente de clase considerable, estampado con unas preciosas marcas burdeos de las que presumiréis su condición, con una preciosa cremallera entreabierta que hacía las veces de gargantilla y un gusanito monísimo en una de las mejillas, que resbalaba de una suerte de cuenca vacía, véase, un maquillaje de sobresaliente; y, por último pero no menos importante aunque sí menos llamativa, una maga (sí, maga, bruja es otra cosa) cuya caracterización consistía en una alucinante capa aterciopelada que le cubría los pies y de la que podía escucharse el susurrar de su movimiento a cada paso de su avance, equipada con la imprescindible capucha que además de restarle visión, cubría un pelo azul eléctrico bastante uniforme para haber sufrido una rociada de spray, un vendaval y el constante quitar y poner de la capucha en cuestión, la cual había dejado quieta una vez llegada a la conclusión de que le confería un aire misterioso, y un hilillo de sangre que salía de la comisura de la boca porque a las otras les había sobrado un poquito. Sí, así es, Ithaqua, Ishere Lartnec y Anvel, en ese orden, también celebraban Halloween.


Entre risas y correcciones de vestuario y maquillaje, llegaron al destino de la travesía: un caserón que tiraba a estilo gótico, altísimo y cuyos muros, antaño blancos, se habían oscurecido hasta volverse casi negros, que quedaban disimulados por una tupida hiedra que cubría desde el firme hasta la parte de los arcos que quedaba fuera de la vista.
Entraron por una pequeño espacio que era más que conocido, un pequeño hueco gracias a que algunos ladrillos se habían desprendido. Les fascinó en un primer momento que aquella imperfección no hubiera afectado a la estructura, pero ya era rutina, de modo que se colaron a través de ella.
Una vez dentro ocuparon los lugares establecidos en un pequeño círculo de cojines dispuestos por es suelo, no sin antes encender las velas de los antiguos candelabros que adornaban una estancia que solía servir como comedor.
Retumbaron por la estancia las historias más terribles jamás sucedidas, como la de La Condesa Sangrienta, aquella que mató a más de 600 jóvenes con el objetivo de beber su sangre, ya que una vez pegó a una de sus doncellas rompiéndole la nariz y allí donde la sangre salpicó a la condesa, parecióle que desaparecían sus arrugas y volvía su dorada juventud. Murió emparedada en 1614. También El vampiro de Düsseldorf, que asesinó a más de 10 personas y al que se le imputan otros tantos crímenes, cuya frase antes de morir en la guillotina fue (y cito textualmente) "Después de que me decapiten, podré oír por un momento el sonido de mi propia sangre al correr por mi cuello. Ese será el placer para terminar con todos los placeres"; por no hablar de otros menos conocidos pero igual de sanguinarios como Fish, "el abuelo" que se preparaba estofados con los órganos de sus presas; o Gracy, el payaso, que asesinaba a sus víctimas y más tarde las enterraba en el sótano; o Harold Shipman, un médico que aprovechaba su condición para acercarse a las ancianas y matarlas con una considerable cantidad de heroína, sólo para quedarse con sus herencias.
Las chicas, transcurridas varias horas, regresaron a casa, moviéndose en sus cabecitas las terribles historias que acababan de compartir. Aquel mágico día en que la dimensión de los vivos se unía con la de los muertos durante unas horas, se contaban historias de miedo, de pesadilla, que ponían la carne de gallina y el vello de punta. 
Así que en esta noche, si sentís algo tras vosotros, una presencia etérea espiándoos, o un escalofrío fortuito no os preocupéis, es cosa del viento o de vuestra imaginación, porque los verdaderos monstruos, como queda demostrado, se esconden en la realidad.


Espero que os haya gustado

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